top of page

¿Qué se oculta detrás de la tragedia de Armero?

Han quedado muchos cabos sueltos referente a la tragedia de Armero, descubre qué fue lo qué paso, cómo, cuando, por qué y ahora saca tus propias conclusiones al respecto, si crees que hay algo oculto o no detrás de la tragedia. Para navegar solo dale clic a los íconos que ves dentro de los post it, no afectará el orden por el que empieces, todo está conectado. 

¿Qué hay detrás de la tragedia de Armero?

La erupción del Nevado del Ruiz desapareció un municipio completo, la responsabilidad absoluta se le ha dejado a la naturaleza, pero realmente ¿Es la única responsable? 

Tragedia de Armero

La tragedia de Armero más allá de la muerte de Omaira

Armero aún huele a azufre, a lodo y a muerto. Debajo de la tierra y el lodo quedaron miles de cadáveres partidos por la mitad, edificaciones hechas polvo, cultivos destruidos, familias separadas y supervivientes agonizando. La ciudad blanca de Colombia, como era llamado el pueblo tolimense de Armero gracias a su gran producción de algodón, en tan solo una noche quedó sepultado bajo el lodo, convirtiéndose en un campo santo. El 13 de noviembre de 1985, a las 10:30 p.m., el volcán Nevado del Ruiz hizo erupción, dejando como saldo más de 23.080 muertos, casi el 94% de la población armerita. A pesar de ello, es poco lo que se habla de quienes vivieron en carne
propia la tragedia y quienes aún viven en el recuerdo de haber perdido a sus familiares.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Omaira Sánchez fue una niña armerita de 13 años, quien se convirtió en símbolo y cara de la tragedia después de que periodistas y medios de comunicación hiciesen el cubrimiento de ella agonizando cuando se encontraba atrapada entre el barro, durante 72 horas, mientras miles de socorristas afirmaban que no podían hacer nada para salvarla. Sin embargo, Omaira fue más que un símbolo universal de la tragedia de Armero. Ella también fue símbolo de inocencia, pureza, sencillez y sobre todo de la fuerza del amor de familia y el empuje que caracteriza a los armeritas, pues luego de estar tres días agonizando Omaira en lo único en que estaba pensando era en que tenía un examen de matemáticas. Aquel día, les preguntó a los socorristas que trabajan en sacarla del barro qué fecha era, a lo que ellos contestaron que era viernes y ella respondió exaltada: “Ay, caramba, hoy era el examen de matemáticas. Voy a perder el año”.

 

Ese viernes Omaira no resistió más y murió de un ataque al corazón con la mitad de su cuerpo bajo el lodo, atorado entre uno de los muros de su propia casa. No obstante, no murió devastada, pues en varias ocasiones repitió: “Salven a otros, mi papá no me deja ir”. Ella mencionaba que sus piernas no le dolían, pero que no las podía mover, como si desde un comienzo ya supiera que moriría en paz junto con su padre.

 

Los socorristas no entendían qué le impedía a Omaira mover sus piernas y lo entendieron solo hasta después de su muerte. Cuando su cuerpo fue cubierto con bultos de café para evitar las fotos de periodistas, mientras se hundía en el lodo, el cuerpo de su padre flotó, pues él había muerto sujetando las piernas de Omaira. Los reporteros que estuvieron presentes afirman que ella se quedó recostada sobre la cámara de un neumático por varias horas y apenas escuchó las voces de quienes se acercaban a ella su rostro cambió, intentando imitar una leve sonrisa y alzando una mirada llena de valentía y coraje, pues contrario a lo que se cree, Omaira, a pesar de sentirse cansada, con frío y sobre todo resignada y triste, siempre se mantuvo tranquila y su profunda mirada lo dejó ver hasta el último minuto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La inocencia de una niña de 13 años se hizo visible ante los ojos del mundo, pues Omaira fue más que una imagen viral tomada por Frank Fournier, en la que se le muestra posando a la cámara con la mitad de su cuerpo hundido en el barro y sus ojos hinchados. Omaira fue una pequeña niña que le enseñó al mundo el valor de la esperanza con frases como: “Tengo miedo de que el agua sube y me ahogue porque yo no sé nadar, aunque soy aquí de tierra Colombia”, pues por más que el miedo se apoderara de ella, se mantenía aferrada del neumático, e incluso a
pesar de estar delirando a costa de la sed y el cansancio, posaba sonriente ante las cámaras.

 

Los socorristas permanecían impotentes y no sabían cómo actuar ante el desespero, pues el jalarla implicaría destrozarle la cintura o dejarla posiblemente sin piernas o pies, al final solo les quedó como opción darle esperanza a Omaira, diciéndole que pronto llegaría la motobomba para sacar el lodo y retirarla de allí. Omaira, por su parte, simplemente alzaba la mirada del neumático hacia el cielo para ver los helicópteros pasar y con un tono de voz tranquilo decía: “Váyanse a descansar y vuelvan mañana a sacarme”.


Las historias cuentan que los socorristas simplemente se rindieron y le dieron la espalda. No obstante, la verdad es que estuvieron con ella en todo momento y aun cuando su muerte parecía ser inminente, llegó la motobomba, pero funcionó de manera lenta y el barro tapó los filtros. En aquel momento las posibilidades se agotaron y poco después de que le quitaran la blusa color azul que llevaba, dejando al descubierto su espalda, Omaira murió contando chistes y cantando la canción de los pollitos a todos aquellos que la acompañaban. Uno de los
socorristas que estuvo con ella toda la noche manifestó al medio de comunicación Noticias de Navarra que a las 3 a.m. Omaira ya había comenzado a delirar diciendo que el Señor ya la estaba esperando.

Así fue como Omaira se convirtió no solo en símbolo de la tragedia, sino que su paz, dulzura y esperanza la llevaron a ser considerada una santa, estimando que más de 100 personas acuden a diario al hueco donde murió para pedirle toda clase de milagros, desde un buen marido, hasta personas que le atribuyen curarse de enfermedades o salvarse de la ruina económica. Hay quienes incluso le llevan muñecas, zapatos y juguetes porque quieren mantener vivo su espíritu de niña y a cambio que les conceda su milagro.

Si bien Omaira acaparó en gran medida toda la atención, dejando ver la ineficacia que tuvo el Gobierno al actuar por conseguir una motobomba de forma rápida, fueron miles de armeritas y víctimas de poblaciones aledañas las que resultaron afectadas y que hoy en día manifiestan que se les restó importancia.

 

 

 

 

Edilma Loaiza compartió su historia con el periódico ElMundo, luego de resultar afectada por la tragedia. Edilma habitaba en Armero con su esposo y sus cuatro hijos, en una gran casa con piscina y árboles frutales, los fines de semana acostumbraban visitar pueblos cercanos y comer helado en las plazas, pero la vida de Edilma tomó otro rumbo en un abrir y cerrar de ojos, pues aquella noche del 13 de noviembre se fue a acostar más temprano que de costumbre, ya que había llovido toda la tarde ceniza y arena y la recomendación de las autoridades era resguardarse en casa. Ella pensó que se trataba de una posible inundación del río lagunilla, pues no tenía conocimiento de que el Nevado del Ruiz era un volcán, y mucho menos que se encontraba activo, por lo que acató atenta a las recomendaciones, cerró puertas y ventanas para protegerse de la inundación y enjuagó algunos paños húmedos para evitar el mal olor que se percibía.


Cerca de las 9:30 p.m. se escuchó un fuerte estruendo que parecía ser producto de la inundación que se esperaba, pero fue en realidad el anuncio de que el volcán había hecho erupción y se aproximaba una avalancha de lodo y rocas que se llevaría todo a su paso. A los pocos minutos del fuerte sonido, se cortó la luz en todo Armero y las líneas telefónicas quedaron suspendidas, evitando que se pudiera reaccionar inmediatamente.


Edilma solo alcanzó a resguardarse con sus hijos encima de la cama, mientras el lodo subía rápidamente. Su hijo de 7 y sus gemelos de 9 años gritaban que tenían miedo mientras se ahogaban en el lodo y todo lo que le quedaba era seguir protegiendo a su bebé de año y medio. A la mañana siguiente ella recuerda escuchar miles de helicópteros y cámaras de medios de comunicación cubriendo la lucha de la pequeña Omaira, mientras a ella, aturdida por la situación, le tocó entregar su bebé a un socorrista.


 

 

 

 

 

Después de aquella noche (y de perder a tres de sus cuatro hijos) estuvo tres días atascada en el lodo. Lloró por un buen rato de dolor e impotencia pues no se podía mover, pero afirma que decidió continuar luchando por el amor que le tenía a su bebé, a pesar de tener atrapada su pierna, Esto la llevó a cortarse a sí misma su propia pierna con un machete y aguantarse el dolor hasta que fue rescatada por unos jóvenes y trasladada a Medellín, donde pasó dos meses en una clínica de reposo junto con su bebé, pues rechazaba a toda costa la ayuda psicológica que le ofrecían. Así, todos los días, Edilma se levantaba en su silla de ruedas a bañar a su hijo y a escribir en su cuaderno, y solo hasta 7 años después logró superarlo emocionalmente y hablar abiertamente de lo que le sucedió.


Son miles los casos como el de Edilma, pues la tragedia no afectó solo a Omaira, sino a otros 23.049 armeritas que murieron y a un aproximado de 8.000 que sobrevivieron, pero perdieron a sus familiares y todos sus bienes materiales, sometiéndose a pedir limosna, trabajar en semáforos y sobrevivir, viviendo en habitaciones en alquiler, pasando de la ciudad blanca del país, con un estilo de vida acomodado, a vivir del rebusque.

De los sobrevivientes, solo 3.000 personas alcanzaron a llegar a otros pueblos y ciudades cercanas, mientras los otros 6.000 vivieron en hospitales, campamentos de víctimas e instituciones de ayuda. Muchos de ellos sufrieron grandes afectaciones emocionales durante varias semanas y/o años, con dificultad para conciliar el sueño, irritabilidad, pensamientos suicidas, bajos estados de ánimo e incluso siendo diagnosticados con esquizofrenia crónica. Consuelo Ramírez, habitante de Armero, le contó al diario El Pais: “Mi mamá se salvó, pero todas sus
compañeras murieron y ella no volvió a recuperarse emocionalmente. Se entregó al trago y murió a los 56 años de dos tipos de cáncer, uno de hígado y otro que no se quita con quimioterapias, la tristeza”.


Muchos de los armeritas tuvieron que extender una lápida en señal de conmemoración a sus muertos, pues jamás hallaron los cadáveres, haciendo de Armero un camposanto lleno de ruinas, maleza y cruces. Amalia Gil, también

sobreviviente, entrevistada por El Pais, cuenta que permaneció por tres años en tratamiento internada en el Hospital psiquiátrico de Ibagué luego de perder a su mamá, dos hermanos, tres tíos y un bebé de 8 meses. Ahora, radicada en Guayaquil, antes vereda de Armero, visita constantemente lo que quedó de su pueblo con un ramo de margaritas para hacer honor a su madre.


 

 

 

 

 

 

 

 

Después de la tragedia fueron semanas duras en las que se completaban a diario varias canecas de más de 12 galones con partes de cuerpos humanos que se encontraban desmembrados por las calles, e incluso habitantes de Armero recuerdan cómo en su intento de recoger cadáveres estos se les partían en las manos, pues el barro que expulsa el volcán tiene en gran medida ácido sulfúrico. Fueron jornadas extenuantes en las que los mismos sobrevivientes usaban camisetas rasgadas para inmovilizar fracturados, sacos de fique para sujetarse de helicópteros, construyeron carreteras sobre el lodo con sacos de café y ante el desespero de los malos olores se dedicaron a enterrar cuerpos anónimos en fosas comunes.


Sin embargo, el sitio más visitado de lo que quedó de Armero es donde murió Omaira, el cual está lleno de flores, cruces, placas y demás, e incluso le fue construido un parque temático en su honor, con área de 9.500 metros cuadrados, en donde se busca enseñar sobre la prevención del riesgo vulcanológico y se difunde la historia de Armero antes, durante y después de la tragedia, dejando en el olvido los miles de personas más que murieron llenos de pasión y esperanza por vivir, pues como dice Edilma Loaiza: “Hubo muchas otras Omairas”.

Fotografía: Revista Semana

Fotografía: Frank Fournier.

Fotografía: Frank Fournier.

Fotografía: Frank Fournier.

Fotografía: Frank Fournier.

Fotografía: Luis Cobelo. Vice.

Fotografía: Sofía Llanos.

Armero en ruinas

Placa conmemorativa. Tomada por: Gustavo Reina.

Varias fotos de la tragedia. Tomada por: Gustavo Reina.

Placa conmemorativa. Tomada por: Gustavo Reina.

Ruinas de una gran casa esquinera. Tomada por: Gustavo Reina.

Cúpula de la iglesia de Armero. Tomada por: Gustavo Reina.

Inscripción conmemoratoria de la tragedia. Tomada por: Gustavo Reina.

Pasillo del hospital de Armero. Tomada por: Gustavo Reina.

Casa en ruinas. Tomada por: Sofía Llanos Guzmán.

Fachada del hospital de Armero. Tomada por: Gustavo Reina.

Escombro en Armero en medio del lodo. Fuente: Revista Semana.

bottom of page